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Orfeo ed Euridice
La acción se desarrolla en la Grecia mitológica.

ACTO I

Montículo de la costa helénica en el cual está emplazado un túmulo funerario. El afligido Orfeo llora con desconsuelo sobre la marmórea losa que cubre los restos mortales de su amada Eurídice, fallecida recientemente. Coreado por los amigos que le han acompañado hasta el fúnebre lugar, canta una conmovedora aria (Chiamo il mio ben). Orfeo está dispuesto a realizar cualquier sacrificio, por enorme que sea, a afrontar el más espantoso peligro, con tal de rescatar de su tumba a su hermosa prometida. Así lo ofrece a los dioses en un heroico recitado en el cual les invoca suplicante y les increpa al mismo tiempo, por lo crueles que con él han sido. Como respuesta a sus palabras, se le aparece el dios Amor, que acude a su conjuro.
 
Éste informa al desesperado mancebo que el omnipotente Zeus ha oído sus lamentos e imprecaciones y enternecido por su dolor le permite llegar hasta el mundo lejano e invisible de los dioses y las furias, en donde podrá luchar para recobrar a su amada. Primeramente deberá vencer la resistencia de Plutón y los espíritus malvados que le rodean, quienes tratarán de impedirle la entrada a la mágica región; para luchar con ellos no debe emplear otra arma que el encanto de su voz y la seducción de sus canciones. Otra advertencia importante es la de que, una vez encuentre a Eurídice, debe tener en cuenta que para efectuar felizmente su rescate no puede en ningún caso volver la vista atrás para contemplarla, hasta que hayan atravesado las aguas pestilentes de la laguna Estigia; de no hacerlo así, su prometida moriría irremisiblemente. Orfeo acoge con gran júbilo el mensaje de los dioses, dándoles las gracias por haber atendido su ruego e implorando su ayuda para la arriesgada empresa que va a iniciar.
 
ACTO II

Cueva sombría que sirve de entrada al averno. Aparece Orfeo, el cual es amenazadoramente recibido por las Furias que habitan en la lobreguez del antro, condenadas a montar guardia eternamente. Ellas le insultan por su osadía de haber llegado hasta allí y tratado de penetrar en aquel infernal paraje cuyo paso está vedado a los mortales. Las amenazas son cada vez más inquietantes con repetidos gritos de ¡No!, el atemorizado Orfeo trata de calmarlas (Deh! placatevi), y recordando las palabras del dios Amor, recurre a su arma como cantante entonando una dulce canción en la que expresa su infinita pasión por Eurídice y la honda pena que le ha causado su muerte. Amansadas por el hechizo de la música y el son cristalino de la voz del cantante, las Furias se apiadan de sus pesares y finalmente ellos dejan paso a la nueva emoción que ahora sienten (Ah!, quale icognito affetto), y para que pueda encontrar a su amada, le permiten entrar en el terrible reino cuyo única puerta de acceso custodian. Se abren las puertas de los Campos Elíseos, valle paradisíaco, en donde los espíritus bienaventurados vagan libremente gozando por una eternidad de la paz y dicha que han merecido sus vidas ejemplares. Se escucha la Danza de los Espíritus Benditos, quienes, conducidos por uno de ellos, cantan su alegre existencia en este bello lugar (Questo asilo).
 
Aparece Orfeo, prosiguiendo su peregrinaje en busca de Eurídice. El coro de seres angelicales, le saludan dándole la bienvenida. Informados del deseo que le ha traído hasta allí, van en busca de su amada y se la presentan. Orfeo, al percibir la sombra adorada intenta abrazarla, loco de dicha, pero recordando la severa advertencia del dios Amor, se abstiene de ello y tomando a Eurídice de la mano se la lleva del grupo de espíritus, mirando en dirección opuesta y conduciéndola hacia los confines del valle en donde se encuentran la laguna Estigia y la salida del reino de las sombras, mientras los Espíritus Benditos los contemplan y animan a Eurídice a volver (Torna, o bella). Ella le sigue dócilmente, aunque muy extrañada de la inexplicable actitud de su amado, que en vez de demostrar su contento por el encuentro, la arrastra brutalmente sin prodigarle ni una sola mirada de afecto.
 
ACTO III

Interior de un espeso bosque. Orfeo, que ha soltado por un instante la mano de su prometida, continúa avanzando en su camino sin detenerse y llamando a Eurídice para que le siga, pues sabe que las pantanosas aguas de la fatídica laguna no están lejos y no quiere perder tiempo en atravesarlas y alejarse de una vez de aquellos parajes de maldición. Mas la intrigada doncella, que continúa sin comprender el porqué de aquel extraño comportamiento, está celosa por lo que juzga desdén en la aparente indiferencia de su amado (Che fiero momento).
 
Deteniéndose de pronto, se niega a dar un paso más si éste no la mira y le jura que la quiere, pues es preferible regresar a donde estaba que retornar al mundo de los vivos sin poseer su cariño. Orfeo trata en vano de resistir a este amoroso llamamiento. Olvidando la prohibición de los dioses y no obedeciendo más que al impulso de su corazón de enamorado, se vuelve repentinamente y estrecha a Eurídice entre sus brazos. Inmediatamente la bella muchacha desfallece sin vida.
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