Biografías
de Cervantes y Saavedra, Miguel

(Alcalá de Henares, 1547 - Madrid, 1616).
Poeta, novelista y dramaturgo español, considerado como el más grande escritor español de todos los tiempos, y uno de los mejores escritores universales. Su obra más conocida, la Historia de El Quijote de la Mancha, ha trascendido todas las fronteras y todas las culturas.
El retrato más fidedigno que se conoce de Miguel de Cervantes se debe a su propia pluma, con la que trazó su "rostro y talle" en el prólogo a las Novelas ejemplares:
"Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso, a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria".
Miguel de Cervantes fue bautizado el 9 de octubre de 1547, en la iglesia parroquial de Santa María la Mayor, de Alcalá de Henares, donde nació posiblemente el día 29 de septiembre, día de San Miguel. Era el cuarto hijo de los seis que tuvo el matrimonio Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas. El padre era cirujano-barbero, profesión de escasos ingresos y baja consideración social. Las estrecheces económicas, en las que sin duda se crió nuestro autor, forzaron a su padre a emprender un vagabundeo por Valladolid, Córdoba y Sevilla en busca de mejor suerte, nunca conseguida, sin que sepamos a ciencia cierta si su prole lo acompañó en sus viajes o no. Si lo hizo, Cervantes podría haber aprendido sus primeras letras en un colegio de la Compañía de Jesús de esas localidades, e incluso haberse aficionado al teatro -una vocación que no abandonaría jamás- bajo la tutela del padre Acevedo. Desde 1566 el cirujano-barbero se estableció definitivamente con su familia en Madrid, iniciando por esos años el joven autor su carrera literaria: primero, en 1567, con un soneto dedicado a la reina ("Serenísima reina, en quien se halla"), con motivo del nacimiento de la infanta Catalina, la segunda hija de Felipe II. Después, en 1569, con cuatro poemas de corte garcilacista dedicados a la muerte de Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, que le pidió Juan López de Hoyos, rector del Estudio de la Villa -tratándolo de "caro y amado discípulo"-, para incluirlos en la Historia y relación de las exequias reales. Es posible que Cervantes se iniciara en la literatura bajo la supervisión y en la amistad del humanista y gramático López de Hoyos. Lo que sí es seguro es que Cervantes entró al mundo literario de la mano de la poesía.
Esos tempranos inicios poéticos se vieron truncados casi en sus comienzos, pues a finales de 1569, encontramos al joven escritor instalado en Roma como camarero del cardenal Giulio Acquaviva, al que serviría durante un tiempo para iniciar pronto su carrera militar. Allí tuvo Cervantes ocasión de familiarizarse con la literatura italiana del momento, tan influyente en su propia obra.
Abandonó el ambiente pontificio en 1570, para entrar en el servicio militar, entonces absolutamente voluntario, en el que desde luego no le sonreiría nunca la fortuna. Se alistó primero en Nápoles a las órdenes de Álvaro de Sande, para sentar plaza después, con toda seguridad, en la compañía de Diego de Urbina, del tercio de don Miguel de Moncada, bajo cuyas órdenes se embarcaría en la galera Marquesa, junto con su hermano Rodrigo, para combatir, el 7 de octubre de 1571, en la batalla naval de Lepanto. Aunque en aquellos días sufría de fiebres, luchó con valor, pues recibió dos arcabuzazos en el pecho y uno en la mano izquierda, que se la dejaría inutilizada para siempre. A cambio, quedaría inmortalizado como El manco de Lepanto y conservaría hasta su muerte el orgullo de haber participado en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros.
Ya recuperado de sus heridas en Mesina, en 1572 se incorporó a la compañía de don Manuel Ponce de León, del tercio de don Lope de Figueroa, dispuesto a seguir como soldado, pese a tener una mano lisiada. Participó en diversas campañas militares en los años siguientes, pasando gran parte de su tiempo en los aburridos cuarteles de invierno de Mesina, Sicilia, Palermo y Nápoles. Cansado de tal modo de vida, unos tres años después Cervantes decide regresar a España, no sin obtener antes cartas de recomendación del propio don Juan de Austria, reconociéndole sus méritos militares, con intención de utilizarlas en la Corte para obtener algún cargo oficial. Así, en 1575 embarca en Nápoles, junto con su hermano Rodrigo, en una flotilla de cuatro galeras que parten rumbo a Barcelona, con tan mala suerte que una tempestad las dispersa y precisamente El Sol, en la que viajaban Cervantes y su hermano, es apresada, ya frente a las costas catalanas, por unos corsarios berberiscos al mando del renegado albanés Arnaut Mamí. Los cautivos son conducidos a Argel y Miguel de Cervantes cae en manos de Dalí Mamí, apodado El Cojo, quien, a la vista de las cartas de recomendación del prisionero, firmadas por el gran capitán mediterráneo Juan de Austria, fija su rescate en 500 escudos de oro, cantidad prácticamente inalcanzable para la familia de su padre el cirujano.
Así se inicia el periodo más terrible de su vida: cinco largos años de cautiverio en las mazmorras o baños argelinos, que dejarían una huella indeleble en la mente del escritor -normalmente traducida en una continua exaltación de la libertad-:
La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres (Quijote, II, 58).
a la vez que alimentarían numerosas páginas de sus obras, desde La Galatea al Persiles, pasando por El capitán cautivo del primer Quijote, y sin olvidar El trato de Argel ni Los baños de Argel. Intentó escaparse en varias ocasiones, sin éxito, y al final fue liberado gracias al rescate pagado por el fraile trinitario fray Juan Gil, con las monedas obtenidas de sus recorridos pedigüeños por la geografía española. El 27 de octubre llega a las costas españolas y desembarca en Denia (Valencia): su cautiverio ha durado cinco años y un mes.
Pretendió largo tiempo algún puesto oficial, especialmente en América, a donde quería viajar. En 1581 fue a Orán, en misión desconocida, y luego a Lisboa, a dar cuentas al gobierno de Felipe II. Sigue empeñado en un puesto en América, y así en 1582, dirige una solicitud a Antonio de Eraso, que le es denegada. Nunca le fueron recompensados sus méritos militares.
Dedicado de lleno a las letras, en el mundo literario del Madrid de finales del siglo XVI, mantiene relaciones amistosas con las más altas plumas de la época: Laýnez, Figueroa, Padilla, etc.) y se dedica a redactar La Galatea -donde figuran como personajes buena parte de estos autores-, que vería la luz en Alcalá de Henares, en 1585. Sigue también muy de cerca la evolución del teatro, acelerada por el nacimiento de los corrales de comedias, y se empapa de las obras de Argensola, Cueva, Virués, etc., llevando a cabo una actividad dramática muy fecunda no ajena al éxito:
"compuse en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza; corrieron su carrera sin silbos, gritas ni barahúndas" dice en el Prólogo a Ocho comedias.
De ellas se conservan hoy El trato de Argel, La Numancia y, si admitimos su paternidad, la recién atribuida Conquista de Jerusalén. También conocemos un contrato firmado en 1585 con Gaspar de Porres, referente a dos piezas perdidas: El trato de Constantinopla y La Confusa.
Se casó en Esquivias con Catalina de Salazar, en 1585, y poco después siguió con sus viajes y movimientos por el ancho mundo, que le llevaron a tener esposa de modo sólo nominal, pues hasta principios del siglo XVII no volverá a verse con ella.
En 1587 le vemos instalado en Sevilla, donde, al fin, obtiene, por mediación de Diego de Valdivia, el cargo de comisario real de abastos para la Armada Invencible. Más tarde sería encargado de recaudar las tasas atrasadas en Granada, habiéndole denegado una vez más el oficio en Indias que había vuelto a solicitar en 1590. Tan miserables empleos lo arrastrarían a soportar, hasta finales de siglo, un continuo vagabundeo mercantilista por el sur (Écija, La Rambla, Castro del Río, Cabra, Úbeda, Estepa, etc.), sin lograr más que disgustos, excomuniones, denuncias y algún encarcelamiento (Castro del Río, en 1592, y Sevilla, en 1597), al parecer siempre injustos y nunca demasiado largos. Como contrapartida, el viajero entrará en contacto directo con las gentes de a pie, y aun con los bajos fondos, adquiriendo una experiencia humana magistralmente recreada en sus obras.
Como dramaturgo, se compromete en 1592 con Rodrigo Osorio a entregarle seis comedias, que no cobraría si no resultaban de las mejores, entre las cuales se cuentan varias de las incluidas en el tomo de 1615; como novelista, redacta varias novelas cortas (El cautivo, Rinconete y Cortadillo, El celoso extremeño, etc.) y, mucho más importante, esboza nada menos que la primera parte del Quijote y, quizá, el comienzo del Persiles. Al comienzo del siglo XVII, Cervantes se despide de Sevilla y sólo sabemos de él que anda dedicado de lleno a la escritura del Quijote. En 1603 se instaló en Valladolid, ciudad declarada nuevamente capital de España por Felipe III.
A principios de 1605, de forma un tanto precipitada, ve la luz El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, en la imprenta madrileña de Juan de la Cuesta, a costa de Francisco de Robles, con un éxito inmediato y varias ediciones piratas, por lo que Juan de la Cuesta inicia la segunda edición al poco tiempo. Este éxito se vería empañado por un nuevo encarcelamiento, ordenado sediciosamente por el alcalde Villarroel, motivado por el asesinato de Gaspar de Ezpeleta a las puertas de la casa de los Cervantes, en cuyo proceso la familia fue acusada de llevar vida licenciosa ("Las Cervantas").
Viaja de nuevo, y queda a vivir, en Madrid, en 1606. Ya en la recta final de su vida, aún vive dos nuevas mudanzas: primero a la calle Huertas y luego a la de Francos, la asistencia a las academias de moda, como la del conde de Saldaña, en Atocha, y el ingreso en la Orden Tercera de San Francisco.
Ya prestigioso novelista y escritor, Miguel de Cervantes va redactando gran parte de su producción literaria, aprovechando títulos y proyectos viejos. Tras ocho años de silencio editorial desde la publicación de la novela que lo inmortalizaría, publica una verdadera avalancha literaria: Novelas ejemplares (1613), Viaje del Parnaso (1614), Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados (1615) y Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615 también). La lista se cerraría, póstumamente, con la aparición, gestionada por su mujer Catalina, de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia setentrional (1617).
Enfermo gravemente de "hidropesía" (accidente vascular con posible parálisis) en 1616 se vio morir: el 18 de abril recibe los últimos sacramentos; el 19 redacta, "puesto ya el pie en el estribo", su último escrito: la sobrecogedora dedicatoria del Persiles; el 22, poco más de una semana después que Shakespeare, el autor del Quijote fallece y es enterrado al día siguiente, con el sayal franciscano, en el convento de las Trinitarias Descalzas de la actual calle de Lope de Vega. Sus restos mortales se perdieron, y hoy permanece en la memoria de todos los que aman la buena literatura y el idioma castellano en su más puro acento.
La Obra de Cervantes
Miguel de Cervantes cultivó los tres grandes géneros literarios (poesía, teatro y novela) con el mismo empeño, aunque con resultados bien distintos. La historia literaria ha respetado siempre la evaluación adelantada por sus contemporáneos: fue menospreciado como poeta, cuestionado como dramaturgo y admirado como novelista.
Poesía.
La producción poética cervantina ocupa un espacio considerable en el conjunto de su obra, se halla diseminada a lo largo y ancho de sus escritos y recorre su biografía desde sus inicios literarios hasta el Persiles. Responde a una vocación proaache, cultivada ininterrumpidamente, aunque no siempre con la inspiración necesaria. Su obra poética está integrada por numerosas composiciones sueltas, normalmente de circunstancias (conmemorativas, fúnebres, laudatorias o satírico-burlescas), y por un largo poema con perfiles auto biográficos: el Viaje del Parnaso. Este es el único poema narrativo extenso de Cervantes. Hecho a imagen y semejanza del Viaggio di Parnaso (c. 1578), de Cesare Caporali di Perugia, como declara el propio autor, se inscribe en la tradición satírico-alegórica menipea, de ascendiente clásico, medieval y erasmista. Narra autobiográficamente, en ocho capítulos, un viaje fantástico al monte Parnaso, a bordo de una galera capitaneada por Mercurio, emprendido por muchos poetas buenos con el fin de defenderlo contra los poetastros. Reunidos allí con Apolo, salen victoriosos de la batalla y el protagonista regresa mágicamente a su morada. La aventura se completa con la "Adjunta al Parnaso", donde Pancracio de Roncesvalles entrega a Miguel dos cartas de Apolo con las que se cierra la adenda.
Teatro.
Comedias y tragedias.
También el teatro fue cultivado por Miguel de Cervantes con asiduidad y empeño vocacional. Desde sus inicios literarios, tras volver del cautiverio, hasta sus últimos años, se dedica a escribir teatro: la cronología de sus piezas abarca desde comienzos de los 80 hasta 1615, dejando escasos períodos inactivos.
Por orden de antigüedad, abren la serie las dos piezas sueltas representadas en la primera época. La más antigua, el Trato de Argel, es una tragicomedia de cautivos ambientada en un trasfondo histórico y costumbrista, de cuño autobiográfico, que se ve animado por la doble intriga amorosa de Aurelio-Silvia e Yzuf-Zahara. Mucho más relevante es la Tragedia de Numancia, acaso la mejor del género por aquellos años, donde las fuentes históricas (Apianno, Morales, Valera) sobre el cerco se adoban con motivos literarios (Farsalia, Laberinto de Fortuna, Araucana) y se enriquecen ya con vivencias individuales ficticias (madre e hijos, pareja de enamorados, dos amigos), ya con proyecciones alegóricas como el Duero o España.
Entremeses.
Son excelentes y Cervantes los aborda en absoluta libertad, tanto formal como ideológica, desplegando por entero su genialidad creativa para ofrecernos auténticas joyitas escénicas, cuya calidad artística nadie les ha regateado. Logra ocho "juguetes cómicos", protagonizados por los tipos ridículos de siempre (bobos, rufianes, vizcaínos, estudiantes, soldados, vejetes, etc.) y basados en las situaciones convencionales, pero enriquecidos y dignificados con lo más fino de su genio creativo (ironía, vida-literatura, apariencia-realidad...), de modo que salen potenciados hasta alcanzar cotas magistrales de trascendencia ilimitada. Entre burlas y veras, con la permisividad inherente al cuadro bufo, el manco de Lepanto no deja de poner en solfa los más sólidos aachementos de la mentalidad áurea.
Hay que destacar de ellos El juez de los divorcios, El rufián viudo, La guarda cuidadosa, La cueva de Salamanca, El viejo celoso, El vizcaíno fingido, La elección de los alcaldes de Daganzo, y el Retablo de las maravillas, que se alza como la pieza maestra indiscutible de la serie por su interés tanto estético como ideológico: el mayor de los puntales de la sociedad barroca, la pureza de sangre, o si se prefiere, la condición de cristiano viejo, se echa por tierra, y aun se reduce a la nada, cuando de ella depende la contemplación de un fantástico retablo, fabricado por el sabio Tontonelo, donde no hay más espectáculo que el representado por los espectadores, víctimas estúpidas de sus prejuicios casticistas, aunque no por ello dejan de anular los límites entre realidad y ficción.
Narrativa.
Cervantes está considerado por todos como el creador de la novela moderna. En este campo logró cuajar sus títulos más grandiosos: tras la concesión a la moda pastoril de La Galatea (1585), El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605), las Novelas ejemplares (1613), la Segunda parte del ingenioso caballero (1615) y, póstumamente, la Historia de los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617). Fue capaz de renovar todos los géneros narrativos de su tiempo (caballeresca, pastoril, bizantina, picaresca, cortesana, etc.), y esto lo hizo con su indudable genio creativo, pues la novela se entendía por entonces a la italiana, como relato breve, y no estaba contemplada teóricamente en las retóricas. La fórmula novelesca empleada hay que ir a buscarla a sus propias obras, y no pasa de unas cuantas claves que han sido inteligentemente sistematizadas por Riley: verismo poético de los hechos, admiración de los casos, verosimilitud de los planteamientos, ejemplaridad moral, decoro lingüístico, etc. Son los mismos principios, por otro lado, que rigen en el resto de sus creaciones, siempre situadas en esa franja mágica que queda a caballo entre la vida y la literatura, la verdad y la ficción, la moral y la libertad...
Las Novelas ejemplares.
Los "doce cuentos" incluidos en el tomo de las Novelas ejemplares de 1613 recogen una tarea narrativa que arranca muy de atrás; al menos algunos de ellos, Rinconete y Cortadillo y El celoso extremeño, estaban ya escritos hacia 1600. Pero el Cervantes que los agrupa, retoca y completa, cuatro años antes de su muerte, es ya el autor del Quijote. Seguro de su talla como prosista de creación, despliega en ellos un muestreo novelesco de lo más variopinto que nos ofrece -no sin alardes- con aires de primicia desde su prólogo: "yo soy el primero que he novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas todas son traducidas de lenguas estranjeras, y éstas son mías propias, no imitadas ni hurtadas: mi ingenio las engendró, y las parió mi pluma". La obra comprende doce títulos (La Gitanilla, El amante liberal, Rinconete y Cortadillo, La española inglesa, El licenciado Vidriera, La fuerza de la sangre, El celoso estremeño, La ilustre fregona, Los dos doncellas, La señora Cornelia, El casamiento engañoso y La de los perros Cipión y Berganza), pero el último de ellos está engastado en el anterior de forma indisoluble: el Coloquio se inserta como lectura llevada a cabo por uno de los personajes del Casamiento, de modo que éste se cierra una vez terminado aquél. Los títulos incluidos están pensados como muestreo genérico dentro de la tradición italiana del relato breve. En sus páginas se recrea y se pasa revista a la práctica totalidad de las modalidades propias de esa corriente: bizantina, picaresca, gnómica, cortesana, lucianesca, etc. Aparentemente, son relatos independientes, escritos al margen de la colección, que suelen clasificarse por sus planteamientos idealistas o realistas, por sus temas (amor, matrimonio, picaresca) o por su lenguaje más o menos culto. Las novelitas parecen estar presididas por un marco implícito que establece múltiples interrelaciones (simetrías, variaciones o contrastes) entre ellas, ya sean genéricas, temáticas, ambientales, lingüísticas, etc. Todas ellas se verán recapituladas en el Coloquio de los perros, al que llegan ecos de La Gitanilla, del Rinconete, de la Ilustre, etc., para hacernos volver a considerar la "mesa de trucos" que supone la colección y su compleja organización laberíntica.
El Persiles.
Aunque publicados póstumamente (1617), Los trabajos de Persiles y Sigismunda bien pudieran ser empresa novelesca iniciada por Cervantes en la última década del XVI. La novela se cierra en el lecho de muerte, lo que viene a significar que está acabada por quien se sabe y autoestima como el primer novelista de su tiempo; sin duda, Cervantes pretendía desquitarse de la fama de novelista "cómico" que le había deparado el carácter risible del Quijote y se adentra en el "género bizantino" dispuesto a colmarlo de gravedad y trascendencia. Es este un "romance" nítidamente cristiano, tridentino, basado en la figura central del peregrino que se purifica moralmente en su continuo deambular viajero; precisamente el modelo más próximo a la "novela ideal". El resultado es la azarosa peregrinación llevada a cabo por Persiles y Sigismunda: dos príncipes nórdicos enamorados que, haciéndose pasar por hermanos bajo los nombres de Periandro y Auristela, emprenden un viaje desde el Septentrión hasta Roma con el fin de perfeccionar su fe cristiana antes de contraer matrimonio. Como era de esperar, el viaje está entretejido de multitud de "trabajos" (raptos, cautiverios, traiciones, accidentes, reencuentros, etc.), enriquecidos y complicados hasta el delirio por las historias de los personajes secundarios que van apareciendo en el trayecto (Policarpo, Sinforosa, Arnaldo, Clodio, Rosamunda, Antonio, Ricla, Mauricio, Soldino, etc.) y por las jugosas descripciones de los escenarios -particularmente de los nórdicos- geográficos.
No obstante, la novela está perfectamente unificada tanto estructural como semánticamente. Por una parte, el viaje responde a un itinerario bien preciso que arranca de la Isla Bárbara y termina en Roma, pasando por Irlanda, Portugal y España; se nos ofrece distribuido en cuatro libros, claramente agrupables en dos grandes bloques, con la llegada a Lisboa como eje central: primero, las andanzas por los países nórdicos (I y II); después, las correrías por el centro (III y IV). Por otra, el recorrido que conduce a los personajes desde la Isla Bárbara hasta Roma no es sólo geográfico, sino que está concebido simbólicamente como peregrinación purificadora, en lo humano y en lo amoroso, que pasa por distintos eslabones en la cadena del ser: desde el barbarismo salvaje de los nórdicos, hasta el pontífice romano; desde la lujuria brutal, hasta el matrimonio cristiano. En definitiva, todo se integra literariamente en un "camino de perfección" que no puede terminar sino en Dios: "Nuestras almas [...] siempre están en continuo movimiento y no pueden parar sino en Dios, como en su centro". Ello explica la alta estima en que Cervantes tuvo al Persiles.

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